miércoles, 31 de mayo de 2017

EL ROMPIMIENTO

No me queda muy claro aún cómo quiero comenzar esto, pero de alguna forma tengo que comenzar.

Pues nada, resulta que después de casi ocho años de relación de pareja, una historia que tuvo altas y bajas se dio por finalizada.

Algunos preguntan si fue decisión de ambos, otros preguntan por los motivos, otros más por mi estado; aunque la mayoría se dan cuenta de que estoy en un estado extraño, como en una onda taciturna. Me suele pasar.

Mi respuesta siempre es la misma: Fuimos unos pendejos, arrastramos demasiadas cosas, demasiado tiempo, no supimos solucionar.

Duele, pero cada vez estoy más convencido de que sucedió lo que tenía que suceder. Todo al tiempo correcto, y de la forma adecuada.

Atravesé una semana de miedo, en la que no entendía quien era, y los espacios vacíos que ella llenaba se hacían más presentes por la ausencia de ropa, muebles y objetos personales que ya tampoco están.

Siempre he sido un tipo que se muestra duro con las pérdidas, aunque la experiencia me ha demostrado que después de un tiempo, el dolor que logro tragarme merma mi físico, mi concentración y hasta mi salud. Por eso hago esto. Porque pretendo ir digiriendo lo que siento y pienso para que la transición sea más sencilla.

La separación fue sumamente dolorosa, pero conmovedora. Dos personas que se quieren y se desean todo lo mejor del mundo. Bailamos, reímos, bebimos, jugamos, vimos películas, series, nos bañamos juntos, viajamos... en dos semanas hicimos más de lo que hicimos en varios meses. Con más calidad y entrega, al menos.

Hay algo que quizá nunca pueda olvidar. Su rostro cuando ya no pude soportar más la tensión del día de despedida y huí de casa para dejar todo atrás. Soy un tipo de sablazos, y la despedida se estaba alargando demasiado.

Ni qué más decir. Aquí estamos, aún vivos, y dispuestos a seguir caminando.